jueves, 29 de enero de 2009

Cría cuervos...







Para mi padre, mi mejor maestro,
quien, sin duda por mi culpa,
pocas veces leyó algo
mío más que mis cartas





Entra coro de ángeles freaks


– ¿Cría cuervos? No te decía yo que a éste se le van las cabras demasiado seguido.
– Sí, también con lo que chupa…
– No es tanto lo que chupa, sino esa porquería que fuma…
– ¿Qué porquería?
– Esos Alas sin filtro, ¿no?
– Ah…
– Se suponía que iba a hablar de Deprisa, deprisa, y nos sale con otra, de Saura también, pero otra.
– Claro, este cuate está más confundido que Adán en el Día de la Madre.
– Además, creo que no le cayó bien eso de que no iba a ver más comida en las reuniones del cinito.
– ¿Vieron que flaquito está?, ¿comerá bien?
– Sí, cómo no, demasiado, se la pasa haciendo tangos...


Bueno, si no me tienen paciencia… y como lo prometido es deuda, y en materia de deudas tengo una vasta y jugosa experiencia, intentaré hablar algo de Deprisa, deprisa, no de Cría cuervos, aunque también habrá algo de esta peli, por aquello de que no es lo mismo pero es igual.
Carlos Saura clavó insistentemente su mirada sobre la niñez y la juventud en muchas de sus grandes películas, y nada tal vez refleje más su preocupación que esta frase suya: “La niñez no es ese paraíso dorado que tanto nos han querido hacer creer. Lo que intento decir es que en esa edad no tienes idea a dónde vas, sólo de que la gente te lleva a algún lado, guiándote, jalándote, y tú estás asustado. No sabes dónde vas a ir ni quién o qué vas a hacer. Es un momento de terrible indecisión”. El poder contar eso está más que logrado con Deprisa, deprisa, en una historia que cronológicamente fue precedida por Cría cuervos, tanto en su producción cinematográfica como en las edades de la vida. Para muchos cuervos que se han criado, la vida no tuvo pasado, el futuro es más que impredecible, y el presente es lo único que se rescata, por eso hay que vivirlo así, deprisa, deprisa. Pocos como Saura han mostrado tan crudamente por qué no hay que criar cuervos.

Coro de ángeles freaks (al que se ha incorporado su “servilleta”, por eso del narrador omnipresente, que no omnipotente, por favor no confundir)

– Pero la chamaca protagonista de Cría cuervos (¡Ay, qué magnífica Ana Torrent!) es una niña fresa, y estos gandayas de Deprisa, deprisa pertenecen a otra clase social.
– ¿Pero acaso los cuervos tienen clases sociales?
– Yo leí en el Manual de Carreño que la frase la acuñó un tal Don Álvaro de Luna y del Castillo durante una expedición de caza en el siglo…
– Tú y tu Manual de Carreño, ya cállate que nos desesperas…
– Bueno…
– Claro que Cría cuervos es una película difícil...
– …


Los incendios



Coro de ángeles freaks

– Ahora ya sí que se le volaron los pájaros definitivamente.
– Sí, ¿qué quiere prender fuego ahora?
– A ver…, démosle chance (limitada, eso sí).

Tal vez uno de los episodios que haya marcado mi vida con más fuerza me ocurrió una noche en mi querido barrio natal de Lanús (me encanta la palabra inglesa hometown, pues es cortita y define exactamente una idea que va más allá del lugar de nacimiento, pero en Lanús casi nadie habla inglés.); decidí invitar a mis padres a ver Cría cuervos en un cine del barrio, uno de los tres que había en ese momento, y que hoy en día han pasado a ser lugares de reunión de pastores parlanchines y mercachifles, centros comerciales donde consigues casi todo, o simplemente han pasado a ser la nada, emulados por Cinema Paradiso o Splendor, y sus habitués e ídolos andan por esas calles de Lanús al mejor estilo de Los fantasmas del Roxy, de Serrat.

Yo ya había visto esa peli y, camino al cine, pensé que tal vez sería “difícil” para mis padres, especialmente para él. Para aquel entonces, en que yo andaba en mis bien entrados veintes, creía y “juzgaba” lo que la gente podía llegar a entender sobre algo y de qué manera lo haría. Cometía y seguía uno de mis frecuentes razonamientos intelectu“osos”, y vaya “osos”. Con el tiempo fui aprendiendo algo. Sigo cometiendo “osos” intelectuosos, pero estoy más advertido, intento evitarlos y; además, la noche que estoy refiriendo recibí una de las lecciones más importantes que me han brindado.

Coro de freaks ya un tanto impacientes

– ¿Y…?
– Sí, ¿qué onda?

La cosa es que al salir del cine, en esa noche que recuerdo muy fría, quise preguntarle a mi padre, que caminaba junto a mí, qué le había parecido la película, y al mirarlo me di cuenta de que su cara estaba bañada en llanto. No alguna lágrima que se escurría. Era un llanto incontrolable. Seguimos caminando los tres, y mi madre, siempre tan hábil, se paró en unas vidrieras a comentar algo sobre las mercaderías, y la situación se fue salvando.
Era la segunda vez en mi vida que había visto llorar a mi padre; la otra fue con y por los militares, pero eso ya es otro cantar, que de cantar, realmente no tuvo ni tiene nada. Mi padre en algunas cosas era muy particular, apenas había concluido su escuela primaria, trabajaba y fumaba desde los siete años, cuando repartía carbón en un carro tirado por un caballo; sin embargo, escribía con gran propiedad, y yo a veces leía sus informes en los expedientes de la Municipalidad que traía para trabajar en casa. Odiaba el alcohol y la violencia; tal vez porque había sido criado, supongo que de la mejor manera posible, por mi tía mayor (hermana de mi padre que era el menor de una prole numerosa) en un despacho de bebidas. Su entorno estaba plagado de violencia y borrachines. Sin embargo, esa noche Saura lo incendió a mi padre, tal vez de una manera sutil pero igualmente conmovedora. Mi padre rara vez iba al cine; no sé si alguna vez había ido al teatro. Nunca lo vi leer un libro. Al igual que nunca lo vi insultar a mi madre, ni mucho menos levantarle una mano, ni disminuirla en ningún sentido. Discutían sí, pues a veces no había de otra,… en algunas cosas eran muy distintos. De mi abuelo paterno sólo conservo un recuerdo primigenio, su velorio, cuando yo era demasiado pequeño como para tener consciencia de la muerte, e incluso para recordar. Lo demás es un gran interrogante; seguramente, pues según supe luego por mi madre, mi abuelo le pegaba a mi abuela. Mi padre jamás hablaba de él, simplemente nunca había existido.
Mi padre para nada era aficionado al cine, y sus comentarios preferidos sobre las películas que veíamos en casa por la tele eran: “¡Cuánto celuloide al pedo (léase “de gusto”, según el lunfardo argentino) se gastó en esta película!”. “¡Puta, si yo tuviera un mango (“peso”, en lunfardo) por cada tiro que se echaron aquí!”. Pero esa noche, Saura inflamó a mi padre hasta un llanto incontrolable. Y esa noche también reflexioné sobre el arte, no ya “helarte”.

Entran varios ángeles freaks al unísono

– Chau, ahora va a volver a contar ese chiste sobre “¿Qué es el arte (léase “helarte”)?
– ¿Otra vez?
– No…, ya fue demasiado…

Esperen, aquí voy a defender mi chiste a capa y espada; además de las satisfacciones que me ha dado durante más de cuarenta años que lo he estado contando, porque tiene que ver con esa a veces pretendida condición tan culta, tan sectaria, tan artística (valga la redundancia), tan helada del arte. Para mí, para mi mí muy mío, el arte no debería “helarte”, debería inflam“arte”, incendiarte por dentro. Por su belleza, por su crueldad, por su realidad, por su subjetividad, por su grandeza, por la insignificante pequeñez de las miserias humanas, por lo que sea, pero incendiarnos. Y no enseñarnos un carajo, ya estamos hartos de lecciones. Sólo mostrarnos. Dejar que seamos nosotros los analistas de lo que vemos, dejar que se desarrollen nuestros sentimientos más allá de la estricta percepción sensorial. No hay que entender el Guernika de Picasso para percibir el horror de los bombardeos nazis sobre esa localidad vasca durante la Guerra Civil Española. Se puede ser respetablemente lego con respecto a la referencia histórica, pero es difícil dejar de notar que nos están transmitiendo horror. No comprendo el “no entender”. Antonin Artaud; tal vez más que nadie, llevó la idea más lejos que otros cuando decía, hablando acerca de su teatro de la crueldad, que una persona sentada en la butaca de un teatro tendría que considerar la posibilidad de salir de allí con vida. Un poco exagerado no…, pero casi tanto como lo que decía el escritor argentino Roberto Arlt, cuando afirmaba –en este caso– que las palabras deben encerrar la violencia de un cross a la mandíbula. O tal vez es muy similar a ese personaje del maravilloso cuento de Julio Cortázar, llamado Instrucciones para John Howell, donde el protagonista, espectador de una obra teatral, en un entreacto se ve quitado de su butaca para verse involucrado en escena y en una “realidad” que va mucho más allá del libreto. La idea de algunos creadores es ésa, involucrarnos, de alguna manera hacernos partícipes. Mostrarnos algo, desde esa supuesta irrealidad, no enseñarnos, simplemente mostrarnos. Mi padre fue mi mejor maestro porque nunca me dio lecciones de vida, simplemente a través de sus actos me mostró que creía que no se debía hacer. Él tenía todo para ser uno de los cuervos más grandes; no obstante eso, me mostró por qué no hay que criar cuervos.


Un cachito sobre Saura



Carlos Saura nació en 1932 en Huesca, Aragón, tierra de su maestro, Luis Buñuel, amigo y socio de muchas inquietudes. Artista integral que ha abrazado la escritura, el guionismo, la escenografía, la coreografía, la fotografía, y por supuesto la dirección fílmica; cuenta con más de 40 películas en su haber. Muchísimas de ellas memorables, pero además sumamente valiosas por haber sido realizadas durante etapas durísimas del franquismo, y desde la propia España, burlando la censura, y sin ceder un ápice en sus convicciones más profundas. Los golfos (1960) fue tal vez su primera película en “serio”, cuando Carlos Saura contaba con sólo 28 años, y en ella volcó una de sus más densas preocupaciones, la delincuencia juvenil; además de rendir un tributo a Los olvidados, de Buñuel.

Larga es la lista de Saura, pero podríamos citar, siempre subjetivamente y siguiendo tal vez un gusto personal, Llanto por un bandido (1964), La caza (1966), Ana y los lobos (1973), La prima Angélica (1974), Bodas de sangre (1981), Ay, Carmela (1990), Tango (1998), Fados (2007), y su última producción, Don Giovanni, que creo no se ha estrenado aún. Por suerte, a sus 77 años, Carlos Saura sigue produciendo. En Deprisa, deprisa, Saura retomará esa vieja idea, mostrándonos ahora las cosas de otra manera, con un gusto más anclado en las imágenes, en la música y en la parquedad de los diálogos.






Ahora sí, Deprisa, deprisa





Deprisa, deprisa es una peli de 1980, para algunos de 1981. Difícil es asegurar que es de 1981, ya que el 3 de marzo de ese año, José Antonio Valdelomar, su principal protagonista, era recluido en la famosa prisión madrileña de Carabanchel (versión española de la tristemente mexicana Lecumberri), luego de ser apresado por un atraco a un banco a punta de pistola. Valdelomar, al momento del arresto, cargaba entre sus cosas su contrato de la peli, por la que había cobrado unas 300,000 “pelas”, ¿o es que todo había pasado tan deprisa? A los pocos meses se reencontraría en prisión con su compañero de film, Jesús Arias Aranzueque, el “Meca” en la peli. Juntos verían Deprisa, deprisa en la cárcel, según ellos “Uno de las pocas diversiones que teníamos allí cada 15 días”.

¿Tomó Saura a delincuentes para hacer su película, o éstos se convirtieron en tales gracias a ella? Pues, no creo, los protagonistas de la película no eran actores profesionales y fueron reclutados de una de las barriadas marginales de Madrid. Posiblemente los cuervos ya estaban criados cuando se filmó la peli. Tal vez ya no se podía hacer demasiado con algunos de ellos. Al acusarle a Saura de facilitar drogas a sus protagonistas para darle más realismo al film, éste respondió: “Eso es un disparate; además, ellos saben mucho mejor que yo dónde conseguir lo que quieren”. Tal como se muestran las cosas en la película, ésta podría bien ser un documental; al igual que lo podría ser El Chacal de Nahueltoro, del chileno Miguel Littin; sin embargo, ninguna de las dos lo son, por aquello tan cierto y sonado de que la realidad supera a la ficción, aunque a veces esta última pretenda transformar de alguna forma esa realidad.








El argumento no podría ser más simple: se nos muestra una cabalgata delictiva que lleva irremediablemente a la perdición. Lo que cada uno quiera ver a través fundamentalmente de esas imágenes, es muy personal. Cada quien se puede dejar incendiar o helar. Se pueden emitir juicios o tomar partido, sí, eso también se vale, aunque de ninguna manera es la intención del director. José Antonio Valdelomar (Pablo) no pudo con la delincuencia, siguió con sus delitos, fue apresado en varias ocasiones más, se fue a vivir a la ciudad de Reus, en Tarragona, se casó, tuvo hijos, siguió delinquiendo, y finalmente murió de una sobredosis de heroína, en 1992, no pudo con una vida que había pasado deprisa, muy deprisa. Apenas pasaba de los treinta. Sus amigos le decían: “Ya párale, todos te conocen de la peli; además, con esa frase de ‘deprisa, deprisa’, todo el mundo de da cuenta de quién eres”. La película dura aproximadamente 100 minutos, si bien dura toda la vida, a menos que nosotros hagamos algo para que estas cosas no duren por siempre.




La banda sonora es realmente una joya, cuenta con unas magníficas interpretaciones de Los Changuitos (los auténticos maestros de la rumba flamenca y gitanillos a morir) –Me quedo contigo es una de las más bellas canciones de amor que he escuchado: “…si me dan a elegir entre tú y mis ideas, que yo sin ellas soy un hombre perdido, ay amor, me quedo contigo”, Caramba, carambita por Los Marismeños, y hasta un par de canciones de Panchito Varona, compañero inseparable de giras y parrandas de Joaquín Sabina. La música no es casual aquí, ya que sin decir “¡Agua va!”, Carlos Saura no puede ocultar su solidaridad con todo lo gitano, lo andaluz, lo siempre estigmatizado en España como delictivo. “Delinquen porque son vagos, se la pasan bebiendo y cantando. No trabajan. Lo llevan en su sangre mora”. Sí, son los gitanillos cuervos que España viene criando hace rato.


Coro de ángeles freaks, algunos ya en decidido disenso

– Pero el cuervo es cuervo, y se acabó.
– Bueno, claro que sí, es su condición natural, pobre pajarito, roba, roba cosas brillantes y de colores para hacer su nido, se parece a los seres humanos.
– ¿En que nos gustan las cosas brillantes y de colores?
– Sí, pero además en que por naturaleza tenemos propensión a delinquir.
– Claro, pero muchos nos refrenamos y no lo hacemos.










Ante estas últimas reflexiones de varios freaks, debo decir que aquí ya habría que enfrentar odiosas definiciones que no siempre conducen a acuerdos. ¿Cuál es la real definición de delito? ¿En qué consiste delinquir o no? ¿Es el miedo al castigo una determinante de abstenerse de delinquir? ¿Es la pena o el castigo reparador, rehabilitador, o cualquier otro “dor” que se nos ocurra la principal limitante? Se me ocurrió un simple ejemplo: si va una persona fumando en el Metro, en el peor de los casos será detenida, u obligada a bajar del vagón, a apagar su cigarro, o será cuando menos amonestada por uno o más pasajeros. Si corre la peor de las suertes, hasta puede ser denunciada por un “verde y ecologista” por secuestrar su capacidad respiratoria, y ser candidata a la pena de muerte. Sin embargo, queridos freaks, hay un cartelito en el Metro, igual o más de visible que la prohibición de fumar, que muestra esquemáticamente a una mujer embarazada o con un niño en brazos, un viejecito con bastón, y un discapacitado (Perdón, una “persona con capacidades diferentes”. En esas hipocresías nos devanamos los sesos.) en silla de ruedas, y estoy cansado de ver a mucha gente que se hace la dormida frente a tales necesitados, o simplemente hace caso omiso al letrerito y a la condición del que va parado y apachurrado como sardina enlatada. Los dos cartelitos deberían respetarse por igual, inclusive aunque no estuvieran. El no respetarlos constituye un delito, o infracción, o trasgresión, o como quieran llamarle. Si definimos al delito como quitarle a otro lo que le pertenece, o a lo que tiene derecho, ¿no sería un delito quitarle a una mujer embarazada su justo derecho a sentarse? Por su condición, para que nada ni nadie le tenga que apachurrar su panza de casi nueve meses, para descansar. Eso de ninguna manera se ve como un delito, y nos dirían: “Sí, está mal, pero de allí a que sea un delito…”. Ya metiéndonos en los alcances, el terreno se vuelve mucho más espinoso. Inclusive se comienzan a sopesar posibilidades: “nadie me va a meter al bote por no ceder mi asiento; en cambio si fumo en el Metro, ya es distinto, tal vez por lo menos me multen. Caer en el simplismo de lo que está bien y lo que no, es demasiado lineal. Pero a veces funciona. Yo hago muchas cosas que no están bien incluso cometo delitos según las leyes de la sociedad, pero siempre cedo mi asiento ante los mencionados casos. La razón es también muy simplista, un día mi madre me dijo: “Hijo, cuando veas una mujer embarazada dale el asiento, piensa que soy yo cuando te tenía en mi panza”.
Pero veamos otro ejemplo más gráfico. La imagen de estas niñas israelíes mandando mensajes de muerte a los receptores de los misiles (en este caso, la población libanesa civil durante 2006, una imagen repetida, ¿verdad?, que se podría perfectamente aplicar hoy a la franja palestina de Gaza) sobre los que están escribiendo, puede llegar a ser la prueba más evidente de la mejor manera de criar cuervos.









¿Es un delito enseñarles a hacer eso –no creo que lo hicieran por propia iniciativa?, ¿es un delito permitírselo?, ¿es un delito educar niños en el odio? Ahí se los dejo de tarea. Hagan sus evaluaciones acerca de qué castigo merecería esta lesión permanente a la niñez, este criar cuervos irreparablemente.

Coro de ángeles freaks a los que se incorpora el escribiente, que estaba por allí, según su costumbre, bebiendo y devorando unos bocadillos deliciosos

– Pero de ninguna manera se puede comparar no ceder un asiento con robar, matar o asaltar un banco; o inclusive escribir un mensaje amenazante.
– Claro…
– Además hay distintos niveles de delitos y distintas consecuencias.
– Sin hablar de que también existen diferentes motivaciones, predisposiciones y escenarios.
– Todo está enmarcado en un contexto social.

Sí, todos tienen en parte algo de razón, pero en esto del delito hay mucha tela por cortar. Claro que desde el mero simplismo o desde un lógica más cartesiana, parece que no es delito asesinar o secuestrar el futuro de la gente a través de la mentira, el hambre, la falta de oportunidades, la corrupción, la represión, la falta de educación, y muchísimos etcéteras más. Los autores de esos delitos no ceden sus asientos, simplemente porque no viajan en el Metro, créanme, tampoco roban bancos, pero sí roban de otra forma, y matan asimismo de otras formas. De la peor de las formas, amparándose en la impunidad. ¿No es acaso el presidente saliente de Estados Unidos uno de los más temibles asesinos seriales que conoció la historia de la humanidad? La salida es fácil, decimos que ya la historia lo juzgará. Mentira, nunca se sentará en el banquillo de los acusados, y la historia, ¿o los historiadores?, a veces tienen mala memoria.





El entorno social. Otro maravilloso punto, desde donde generalmente vemos la realidad como si no perteneciéramos a ella, como si estuviéramos en una caja de cultivo de bacterias en un laboratorio. Volviendo a nuestro simplista ejemplo del Metro, ¿acaso no somos cómplices de no pedir a alguien que está ocupando un asiento reservado que lo ceda a quien lo necesita? ¿Sabemos a ciencia cierta cómo y hasta dónde se puede perjudicar a una persona por el solo hecho de hacer algo que no es debido, y que consideramos en nuestro fuero muy interno que está alejadísimo del concepto de delito? ¿Hasta dónde puede afectar el “efecto mariposa” el devenir de las cosas? ¿Puede una negligencia administrativa y burocrática acabar con la vida de un paciente? Pues puede que sí, ¿verdad? Ahora bien, quién comete, castiga, o condena ese delito es muy dudoso, tal vez inasequible. Para un pacato y mentecato edil de una hermosa ciudad mexicana, sla justificación de su propuesta abortada, por tan extremadamente disparatada, de prohibir los besos públicos, e incluso de castigarlos con penas de multa o de prisión, al calificarlos de delito, pues promueven los “agarrones olímpicos” (¿¿¿???) que desencadenan los embarazos furtivos, es una mentira. Él simplemente odia los besos, y con eso… Nosotros, entre tanto, dediquémonos a guardar, como el protagonista de Cinema Paradiso, de Tornatore, esos besos dados y también los que no se han dado; contra todos los curas (y los que no lo son) censores del mundo, contra los que se roban literalmente nuestras mejores cosas.
Después de todo, y aunque la ficción se empeñe en imitar a la realidad, o al revés, Deprisa, deprisa no deja de ser una película más, que en la obviedad, no toma partido por héroes o villanos, pero que de alguna manera nos muestra por qué no se deben criar cuervos. No sólo porque (figurativamente según el refrán) te pueden arrancar los propios ojos, sino también los ajenos. Los cuervos no hacen distinciones oculares. Lo más deseable sería ayudar a que nada ni nadie críe cuervos, empezando por nosotros. Pero eso sí, habría que hacerlo hoy mismo, deprisa, deprisa.

miércoles, 28 de enero de 2009

Cinito del viernes..en la fondesa!


Queridos Freaks,
 
Después de tanto, cantaría Javier Solís, finalmente llega el cinito a la Condesa; llega de prisa de prisa, de la mano de Alejandro y de Carlos; nuestro Alejandro, quien hará la presentación debida, y el Saura, quien se dignó dirigir a unos jóvenes desconocidos en 1981;
 
Estrenamos venue; ustedes perdonarán las molestias de los hombres trabajando en el barrio, pero tenemos al carnal Marcelo de vecino y las obras nos han llegado, entre ciclotones, reencarpetamientos y cambios de tuberías;
 
La cita, pues, este viernes 30 de enero, a partir de las 9pm, como siempre, para ver también las fotos de la fiesta de Madeleine;
 
No es de traje, pero si tienen especial predilección por alguna bebida exótica, favor de solicitarla a la Bodega;
 
Los esperamos, con mucho cariño,
 
YeI