viernes, 21 de noviembre de 2008

Vieja reseña De Chacales, por Negropiombo, Ciclo etnografico.

De chacales y Chacales

enero 2008.


El Chacal de Nahueltoro, la película que hoy nos ocupa, fue dirigida en 1969 por Miguel Littin, prestigioso director y guionista cinematográfico chileno nacido en 1942, que en 1973, con el golpe del chacal Pinochet, era Director del Instituto de Cinematografía Chileno; lo cual ya era motivo suficiente para tener que huir de Chile si quería conservar su vida. Littin siempre abordó el cine político y comprometido, ya sea con Compañero presidente (1971), cortometraje dedicado al entrañable Salvador Allende; La tierra prometida (1972); o bien en sus películas rodadas en México: Actas de Marusia (1975), El recurso del método (1978), La viuda de Montiel (1980), y Alsino y el cóndor (1989), y en Sandino (1982), rodada en Nicaragua.
El Chacal…, escrita por el propio director sobre la base de hechos reales ocurridos en Chile en 1960, y actuada magistralmente por Nelson Villagra, narra la historia de un criminal, al que mucha gente, al igual que se ve en la película, querría linchar.
A pesar de que su cabeza tenía “precio” en Chile, Littin ingresó a su país de forma clandestina en 1986, en plena dictadura “chacalista”, para rodar el documental Acta General de Chile, que concluiría en España. Curiosamente, este film casi no se vio en América Latina (¿Será casualidad?), y de sus casi cinco horas de duración originales, sólo se pudieron ver ciertos despojos. Recomiendo a quienes estén interesados, leer el magistral libro Miguel Littin, clandestino en Chile, de Gabriel García Márquez, donde el gran colombiano hace gala de su particular estilo de cronista y periodista, novelando además el tema de la “aventura” de Littin en su país. ¡Es imperdible!, y ayudará a conocer de qué persona se trata el director de El Chacal…



Con el fin del la dictadura en Chile, Littin regresó para filmar Los náufragos (1994), Tierra del Fuego (1999), Crónicas palestinas (2001) y El abandono (2002). Littin es también autor teatral y novelista; en 1990 publicó El viajero de las cuatro estaciones y en 1999, El bandido de los ojos transparentes.
Hace un tiempito leía a José Saramago comentando que no le gustaba demasiado la palabra “utopía”; y aquí, cuestionando indirectamente a Serrat e incluso al mayo francés de “Pidamos lo imposible”, opinaba que debíamos buscar lo posible, y trabajar por ello. Que no nos podíamos quedar en esa nostalgia e imposibilidad de la utopía. Por ese entonces, yo me cuestionaba seriamente la definición y el uso de varias palabras, “democracia”, “justicia”, “salud”, “riqueza”, “pobreza”, “crimen”, “normalidad”, “anormalidad”, y otras más que iban apareciendo, a veces disfrazadas y equívocas para mí. Andaba necesitando algunas redefiniciones.
La magnífica película El Chacal de Nahueltoro podría tomarse como un documental; tan reales son las escenas, los personajes, las caracterizaciones, las actuaciones;… claro, si uno no conociera un poco al director, que por supuesto va mucho más allá de lo puramente documental, para cuestionarse seriamente los conceptos de criminalidad, justicia, rehabilitación, castigo, esencialmente. Con seguridad, el primero de ellos es el que más dolores de cabeza nos trae. Lo de Jorge del Carmen Valenzuela Torres –alias “El Chacal de Nahueltoro”- constituye un acto criminal, les quita la vida a seis personas. Nadie dudaría de ello. Yo tampoco. Y lo hace de una manera brutal, además. Es un crimen, o varios. Implícitamente, estamos aceptando la definición de crimen como el acto de quitarle la vida a alguien, y comenzamos a buscar las causas que llevan al protagonista a tan tremendo acto. Muchos consideraremos cuestiones de anormalidad que arrastran al hecho, “patológicas” tal vez; y probablemente esgrimiremos la sutil línea que separa la anormalidad de la anormalidad en la criminalidad, sin considerar, no sólo que la criminalidad es en la mayoría de los casos un característica normal en el ser humano, sino además exculpándonos de ser, en un porcentaje que espero sea mínimo, de cualquier acto criminal, deslindándonos de todo grado de complicidad; en fin, creyéndonos perfectamente normales, al menos en ese aspecto.


Algunos otros iríamos un poco más al fondo, y encontraríamos a la sociedad y al entorno como los indudables promotores de los actos de “El Chacal de Nahueltoro”, y ya bastante “apiadados” por él, nos iríamos a dormir tranquilos y a soñar con los angelitos. La sociedad (otra palabrita que habría que redefinir) es la culpable; claro, la sociedad. Pero esta idea de una sociedad que no es palpable, al menos para sentarla en un banquillo de los acusados y aplicarle cierta forma punitiva de lo que consideramos “justicia”, tiene nombres y apellidos, muchos de ellos enormísimos chacales, más que el de Nahueltoro; por eso de que hay de chacales a Chacales. ¿Acaso hoy en día no está tan en boga el término “autor intelectual”? Y en este momento me doy cuenta que difícilmente se cuestiona la anormalidad o no del intelecto de ese autor. Casi nadie duda de la condición normal de ese autor, en primer lugar porque no pone en juego, como generalmente sucede, su propia integridad (ni su prestigio, bienes, ni seguridad). No mata, manda a matar. ¿No hay en nuestra historia culpables concretos de la “vida” llevada por Valenzuela? ¿No son ellos concretamente los que le quitaron a él toda posibilidad de elección, de desarrollo, de poder “vivir”? ¿No pueden ser desde el presidente, el gobernador, el alcalde, los vecinos, los cómplices secundarios, etc., que no le dieron a Valenzuela opciones de educación, comida, vivienda, solidaridad, etc.? ¿No son los mismos que lo “rehabilitan”, para luego matarlo? ¿No son ellos los chacales mayores? Claro, como los gringos que interrumpen la aplicación de una inyección letal porque la aguja no está esterilizada. ¡Vaya hipocresía! Buñuel se reiría mucho de esto, e incluso intentaría ponerlo en alguna película; tal vez lo esté haciendo desde el otro cielo…
Y si seguimos valiéndonos de algunos conceptos legales que han sido pactados y aceptados por esa “sociedad”, hasta podríamos suponer que muchos de estos chacales carecen de “intencionalidad”. Muchísimos de los grandes crímenes que está padeciendo el mundo tienen nombre y apellido. Todos sabemos cuáles son los nombres de esos grandes chacales, aunque tal vez ignoremos los de los varios cómplices que de manera descendente llegan de manera casi inocente hasta uno que sí reconocemos en el nuestro propio. Ah, es la impunidad, ¡eso es! ¿Pero no estaba ese punis en el contrato que todos como sociedad habíamos firmado? Y nos cuestionamos seriamente la ejecución del “Chacal de Nahueltoro”, pero a veces nos tragamos el sapo de “las causas naturales”, el “devenir”, el “destino” como los orígenes de crímenes que son auténticos crímenes de Estado. No son ni inundaciones, ni terremotos, ni minas que explotan como cuetes, ni pobres o analfabetas ni subdesarrollados, muy a nuestro pesar. Son crímenes de Estado. Y este Estado, como aquella sociedad, tiene nombres y apellidos, de arriba hacia abajo, y tiene innumerables cómplices. Y tal vez, si nos pagan la entrada, hasta vayamos a una conferencia de Al Gore contra el calentamiento global. ¿Ir a la conferencia de un criminal? ¿O acaso no lo fue y sigue cargando sobre sus espaldas horrendos crímenes? ¿No fue vicepresidente de otro criminal? Bueno, ¡no exageres!, negrofreak. ¿No hay muchas formas de matar, además de las intelectuales de las que ya hablábamos? Crímenes de inanición, de enfermedades, de desplazados, de presos sin esperanzas, de desnutrición y pobreza extremas, crímenes de falta de desarrollo, de asesinatos de toda ilusión y expectativa de “vida”. Cientos de formas de quitarle lenta o instantáneamente la vida a la gente. ¿Redefinimos la hipocresía? ¿O mejor nos cuestionamos la utopía de pedir lo imposible?
Pero, cuidado, y a pesar de la exagerada y redundante exageración, si nos vamos a dormir pensando en que la culpa la tiene la sociedad, seguramente somos y seremos los cómplices de ofrecerle un último trago de alcohol a los Valenzuelas que pululan por el mundo, para luego poner nuestra cuotita de fuerza inconciente y ayudar a jalar ese gatillo, y otros más… Creo que de todo esto nos habla Littin en esta película. La crítica feroz a la pena capital, una declaración de inutilidad de los “buenos propósitos” del positivismo, la sociedad que cría cuervos, en fin… son los tentadores angelitos que podemos llamar a la hora de querer conciliar el sueño; pero decididamente el director no nos ofrece eso; por un momento, nos quiere hacer cómplices de los cómplices, ¿o no?
Bueno, queridos freaks, saben que éstas son opiniones muy personales y discutibles. Creo que lo que es indiscutible es la calidad y la enorme fuerza de la película de Littin.

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